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Las memorias de un temblor, se convirtieron en inspiración para la compañía de ‘Teatro Los Andes’

En la madrugada del 22 de mayo de 1998 se sacudió la tierra para los habitantes de una pequeña población en el centro de Bolivia. Cientos de casas en el municipio de Aiquile quedaron reducidas a escombros, mientras los lugareños lloraban a quienes fallecieron.

La obra En un sol amarillo. Memorias de un temblor, representada por la compañía boliviana Teatro Los Andes, inicia con una escena que no puede pasar inadvertida para los asistentes, porque desarma la esencia de una sociedad que vive del espectáculo, del morbo que causa la imagen o el relato que surge de una tragedia. De la mente del maestro César Brie, luego de un proceso investigativo para recuperar las memorias de los sobrevivientes, el contexto en el que se enmarca esta obra es lo que permite que se mantenga vigente, a pesar de que en febrero del próximo año completa dos décadas en las tablas.

Fabiola Mendoza, encargada de la producción y dirección técnica, expresa: “para mí el teatro es la vida misma, porque cuando yo empecé con el teatro era muy chiquita y ha cambiado mi forma de ver la vida y de ver el mundo. Para mí, la verdad el teatro lo es todo y lo más lindo que tiene el teatro es lo que podemos compartir con el público. Obviamente, tengo la suerte de estar al lado de mis maestros: Alice, Gonzalo y Lucas del Teatro de los Andes, entonces es un lujo poder seguir aprendiendo todos los días y conocer escenarios internacionales gracias a nuestro arte”.

La puesta en escena es un montaje lleno de cuerdas y elementos que permiten mover los objetos como si se tratara de las ondas de un terremoto, propiciando la mejor oportunidad para mostrar que el arte permite contar historias difíciles y trágicas, donde no importa que se haga un nudo en la garganta y los ojos se llenen de agua, porque la idea y el momento de la catarsis hacen que lo valga. De esta manera, a través de las acciones de los personajes es posible ver un espejo en el que aparece la importancia de la identidad y de reconocerse con el terruño, sin dejar de lado la sátira que desdibuja la idealización que sienten los seres humanos por los lugares que habitan, recordando así una realidad política, social e histórica que se aleja de ser perfecta.

“En esta obra hago la parte de producción y la parte técnica y estoy apoyando desde fuera, pero igual creo que es una labor muy importante: el sonido, la luz; es decir la puesta en escena no funcionaría ya que lo técnico es un personaje más dentro de la dramaturgia de la obra. Al estar viendo las cosas desde afuera, puedo saber que todo esté correcto, que todo esté bien con el grupo para que pueda llegar un espectáculo muy lindo”, así lo describió Fabiola Mendoza, y se vio reflejado al finalizar la obra, cuando el público ovacionó de pie el trabajo de los artistas.

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Prensa FIC

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